Divididos por la Ley

Hermanos se unen cuando la ley migratoria separa a su familia.

Arizona Daily Star / tucson.com
Arizona Public Media
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Por qué estamos contando esta historia

La población de migrantes indocumentados ha aumentado a 11 millones de personas, muchas de las cuales han asentado raíces y empezado familias. Se cree que son padres de aproximadamente 4.5 millones de niños estadounidenses.

En medio de una batalla legal sobre los padres indocumentados de niños ciudadanos y con la ciudadanía por nacimiento siendo debatida, hay un número creciente de niños ciudadanos atrapados en el centro.

No importa de que lado esté uno en el debate migratorio, estos niños son ciudadanos estadounidenses y la próxima generación de policías, maestros, doctores y soldados.

Esta serie expone algunos de los retos que esta población enfrenta.

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La familia de la Rosa


Es el primer día de clases y cada uno de los hermanos de la Rosa tiene un trabajo que hacer.

Naomi barre el piso, y sale apresurada. Jim, el hermano mayor, la va a llevar a la preparatoria Pueblo Magnet, donde cursa el segundo año.

The de la Rosa Family Desde que a Gloria, al centro, se le negó la entrada a Estados Unidos hace seis años, sus hijos y su esposo Arsenio, quien es mayor que ella por más de 30 años, la visitan en Nogales, Sonora, cada dos semanas.

Bobby, de 10 años, atiende a su papá mientras espera que Bill, su otro hermano mayor, deje de hablar por teléfono y lo encamine a la escuela.

“¿Vas a querer cereal? Está bien, vamos, yo te sirvo”. Bobby entra a la cocina seguido de su padre, quien a sus 82 años se apoya en un andador para caminar.

Bobby ya se hizo su propio desayuno: un sándwich de crema de cacahuate.

“Aquí está tu plátano y un cuchillo”, le dice a su padre antes de plantarle un beso en la frente.

La madre de familia, Gloria, está a 60 millas de toda esta actividad, sola en su pequeño departamento en Nogales, Sonora, alistándose para otro día limpiando casas.

En el 2009, Gloria Arellano de la Rosa, 46, fue a Ciudad Juárez, México, a lo que pensaba sería una cita para obtener su residencia permanente. Todo parecía ser un hecho – había estado siguiendo los consejos de una abogada y estaba siendo patrocinada por su esposo de en ese entonces más de una década.

Pero en vez de la residencia, obtuvo un castigo de 10 años, durante los cuales no podría regresar a los Estados Unidos. Esto porque años atrás había cruzado de manera ilegal después de que se le venció su visa.

Si es que trataba de cruzar de manera ilegal nuevamente, arriesgaría nunca poder vivir a lado de sus hijos en este país sin temor a ser deportada.

Gloria y su esposo, Arsenio de la Rosa, consideraron mudar a toda la familia a México. Al final, Bobby fue quien vivió con Gloria por un año en Nogales, Sonora, hasta que Jim y Bill le pidieron a sus padres que pensaran en qué era lo mejor para el bebé de la familia.

Regresó a Tucsón, un lugar donde tendría mejores oportunidades, pero no a su madre.

La situación de los de la Rosa ilustra la complejidad de la leyes migratorias. Los hermanos, todos nacidos en Estados Unidos, son ciudadanos y tienen todo el derecho de quedarse en el país. Arsenio, quien nació en Nogales, Sonora, pero de una madre estadounidense, no solicitó su ciudadanía hasta principios del 2000.

En este video, vea fotos de la familia mientras Bill habla de como ve que la separación le afectó a cada hermano.

En el 2003 trataron por primera vez de legalizar el estatus migratorio de Gloria, pero un notario presentó los documentos equivocados. Luego en el 2008, su solicitud fue negada en Tucsón y le dijeron que tenía que hacer los tramites desde su país de origen.

Pero cuando salió de los Estados Unidos, automáticamente activó una disposición establecida en 1996 para castigar a aquellos que habían ingresado al país y permanecido sin documentos.

Los errores, los malos consejos, los retrasos que se interponen entre Gloria y su residencia legal son retos comunes para las familias que viven entre los dos países. La población indocumentada ha crecido a aproximadamente 11 millones de personas, muchas de las cuales han sembrado raíces y empezado familias.

Son los padres de casi 4.5 millones de niños ciudadanos, calcula el Centro de Investigación Pew.

Debido a la falta de estabilidad en sus vidas familiares, varias investigaciones muestran que los niños en este grupo tienen menor desempeño escolar y tienen una mayor probabilidad de vivir en la pobreza y sufrir de depresión y ansiedad.

Eso no sólo es dañino para los niños y sus familias; es malo para todos nosotros, señala Marcelo Suárez-Orozco, rector de la Universidad de California en Los Ángeles y autor de varios informes sobre el tema.

“Piensa dentro de una generación – ¿Quién crees que van a ser nuestros policías, nuestras enfermeras, nuestros doctores, nuestros abogados?”, pregunta. “Van a ser estos niños”.

Pero la suerte está contra ellos.

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“Sabía que necesitaban a alguien fuerte que usara una mascara diferente en frente de ellos.”

Bill


Era una tarde cálida en octubre 2009 cuando Bill llegó de la escuela para esperar la llamada de sus padres. Habían viajado a Juárez para la tan esperada cita de Gloria con inmigración.

Cuando sonó el teléfono, el entonces estudiante de segundo año de preparatoria rápidamente contestó. Podía escuchar la lluvia detrás de la voz de su madre.

“Mijo, no me la dieron”, le dijo.

“¿Cómo que no?”, preguntó.

“Dijeron que tengo que esperarme 10 años”.

Gloria había estado nerviosa de salir del país, pero Bill estaba seguro. Cada vez que llegaban cartas de inmigración, él las traducía y le aseguraba a su madre que todo saldría bien.

“No hay manera que no te van a dejar entrar”, le decía. No tenía antecedentes penales. Era voluntaria en la comunidad. Ayudaba en las escuelas de sus niños y en la iglesia.

“Tienes cuatro hijos ciudadanos americanos. Mi papá está mayor y batalla con su salud”.

De sólo 15 años cuando recibió esa llamada, Bill sintió su mundo puesto de cabeza. ¿Qué pasaría con su familia? ¿Tendrían que dejar todo atrás para ir a vivir con su madre?

Colgó el teléfono y miró fijamente a la foto familiar que les tomaron cuando él tenía 13 años. Arsenio con su traje gris y sombrero vaquero tiene una mirada dura ante la cámara; Gloria, joven y bella, viste de rosa y sostiene a Bobby en su regazo; Naomi posa junto a su padre mientras que Bill y Jim están de pie detrás del grupo.

Fue la última foto de la familia entera, todos juntos en un sólo lugar. Hasta el día de hoy la misma foto sigue en la sala.

Bill siempre ha sido el más movido de la familia.

Inmediatamente después de que terminó la llamada se puso a trabajar.

Bill de la Rosa Bill de la Rosa prepara sus maletas y se despide de su familia antes de irse al aeropuerto para tomar un vuelo de regreso a la universidad en Maine. Le dice a sus hermanos que se apliquen en la escuela y les promete llamarles un par de veces a la semana.

Primero le dio la mala noticia a Jim, quien a sus 17 años era el hermano mayor.

“Cállate”, fue su respuesta incrédula.

“Le dieron 10 años”, dijo Bill, pero eso es todo lo que sabía.

“¿Qué va a pasar ahora?”, quería saber Jim.

“No lo sé”.

Su porte firme y sus lentes serios hacen que Bill parezca el político que algún día quiere llegar a ser. Se describe como un joven responsable y normal que solamente está haciendo lo que se necesita hacer, pero su impulso y motivación van más allá de lo común.

Cuando Gloria batalló para encontrar un trabajo de tiempo completo, Bill – entonces de sólo ocho años – se puso a vender tortillas de harina y tamales: un dólar la docena de tortillas, ocho dólares la docena de tamales hechos en casa.

Nunca tuvo miedo de pedir ayuda cuando él o sus hermanos la necesitaban, siempre encontrando patrocinadores para poder jugar béisbol o ir en viajes escolares que sus padres no podían costear.

Esta vez no fue diferente. Se puso en contacto con abogados, legisladores, cualquier persona que pudiera ayudarles. Conoció a Adelita Grijalva, hija del Congresista Raúl Grijalva y parte de la mesa directiva del distrito escolar de Tucsón, cuando participó en el programa de corte juvenil del Condado de Pima. Le pidió una carta que le dijera al juez lo importante que era que su mamá se quedara con su familia.

“En vez de hacerse pedazos y decir, ‘Estoy en la preparatoria y esto es demasiado para mí’, él sólo se hizo cargo”, comentó Adelita Grijalva.

A poco tiempo había formado una red de familiares y amigos de la iglesia que estaba atenta de la familia y ayudaba con comidas preparadas. Bill se enseñó a cocinar buscando recetas por Internet y llamando a su madre en Nogales.

Se aseguraba de que sus hermanos hicieran su tarea, que se cumplieran todas las citas médicas de su padre. A menudo se quedaba despierto después de la medianoche para acabar su propia tarea, después de que todos se habían ido a la cama.

Cuando su madre llamaba de la frontera – durante esos primeros meses, cuando ella iba a la valla fronteriza y lloraba por horas – él trataba de calmarla.

Cuando ella le dijo que ya no podía, él le pidió que tuviera paciencia.

Bill trató de ser fuerte para el resto de la familia.

“Mientras que los viera felices, ese era un alivio para mí”, dijo. Pero a solas en su cuarto lloraba, generalmente de tristeza al ver a sus hermanos tan desconsolados. Pero aprendió a guardar esas emociones: “Creo que transformé esa desesperación en algo más”.

La motivación de Bill de trabajar duro y buscar el éxito viene de sus padres, quienes siempre le dijeron que la educación era la manera de salir de la pobreza. Cuando él y Jim estaban en la primaria, Gloria los llevaba al hotel donde trabajaba. Mientras limpiaba las habitaciones, ellos cambiaban las fundas de las almohadas o vaciaban los botes de basura.

Su madre quería que vieran lo que era trabajar para ganarse la vida.

“¿Ven que tanto trabaja su madre porque no fue a la escuela?”, les decía. Gloria sólo curso hasta cuarto grado de primaria antes de que dejara la escuela para ayudar al gasto familiar.

Bill de la Rosa Bill de la Rosa se imagina una vida en donde todos estén viviendo juntos de nuevo. "Mi mamá va a ver a Naomi graduarse de la universidad, va a poder ir a la graduación de preparatoria de Bobby. No ha podido estar para muchas cosas, pero todavía falta mucho a lo que sí va a poder estar ahí. Ya le dije que no me voy a casar hasta que regrese."

Bill tomó la lección a pecho. Formó parte de la Sociedad Nacional de Honor y el Consejo Asesor Estudiantil. Organizó el Club de Admisión Universitaria en su escuela para motivar a los estudiantes a que persiguieran una educación superior.

Viaja por todo el país participando en conferencias de liderazgo y aceptando reconocimientos – incluyendo la beca Harry S. Truman, un subsidio altamente prestigioso otorgado a estudiantes con un potencial de liderazgo demostrado y una dedicación al servicio público. Con ese reconocimiento vino una carta del Presidente Obama, la cual Bill le leyó a su madre cuando la visitó en Nogales este verano.

Está estudiando sociología y estudios latinoamericanos con una subespecialidad en gobierno y estudios legales y cursa su último año en la universidad. Después de eso planea trabajar para ayudar a mejorar la relación entre México y Estados Unidos y “lentamente tratar de encontrar rutas alternativas para enfrentar el tema” de la inmigración.

Bill fue el graduado con las mejores calificaciones de la generación 2012 de la preparatoria Pueblo y fue nombrado uno de mil estudiantes en el país que recibieron una beca de parte del programa Gates Millennium Scholars, la cual pagó su colegiatura en Bowdoin College en el estado de Maine, una de las universidades de artes liberales más notorias de la nación.

Dedicó en español su discurso de graduación a su madre. Aunque no estaba ahí en persona, explicó, ella estaba en su corazón y la amaba.

Fue uno de los momentos cuando más la extrañó – él estaba ahí gracias a ella, pero no pudo verlo subir al escenario. No pudo escucharlo cuando dio su discurso.

Cuando le ofrecieron una beca a Bowdoin batalló con la decisión. Sabía que podía llegar más lejos si acudía a esa universidad, pero si él partía de casa, y con Jim en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, sería Naomi quien tendría que encargarse de todo.

Una noche antes de irse, llevó a su hermana a comer a Panda Express.

“Mira, ya no voy a estar aquí, ahora todo depende de tí”, le dijo. “Tú tienes estas responsabilidades, pero no tengas miedo de pedir ayuda”.

“Asegúrate que mi papá esté bien, que esté comiendo bien, y más que nada cuida de Bobby. No dejes que se desespere. Apóyalo, que vaya bien en la escuela y no dejes que se atrase”.

Naomi tenía 12 años.

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“Tengo dos vidas, la de estudiante y la vida de mamá.”

Naomi


Con su madre en México y el resto de la familia en Tucsón, Naomi tuvo que crecer rápido.

Con sus pequeñas manos agarraba la escoba y el trapeador para ayudar a mantener la casa limpia – no de la misma manera que lo hacía su mamá, pero haciendo lo mejor posible.

Aprendió a prepararle el café a su papá como le gusta: una cucharadita de café instantáneo y cuatro cucharadas de azúcar morena en tres partes de agua y una de leche – servido con una cucharita en la taza blanca despostillada.

Ha sido la cocinera de la familia y ama de casa desde que tenía nueve años. Ahora a los 15, empieza sus días a las 6:15 a.m., cuando la alarma en su teléfono la despierta con música pop.

Se cepilla su cabello largo y negro y se lo acomoda en un chongo, se aplica rimel y se alista para la escuela — un proceso de como dos horas, terminando con un poco de perfume que huele a flores.

En general no desayuna en casa, prefiriendo almorzar algo en la escuela.

Cuando llega a casa hay que limpiar. Decidir que hacer de comer y lavar los platos antes de hacer su tarea.

“¿Cómo haces tus sardinas?, le pregunta a Bill un sábado cuando estaba en casa durante el verano.

“No me acuerdo”, le dice mientras prepara pollo para la comida.

Naomi de la Rosa Naomi de la Rosa se arregla el cabello antes de clases de verano. Su padre, Arsenio, se acaba de levantar para empezar su día. Aunque Arsenio tiene 82 años y casi no se puede mover, para Naomi, "su salud está bastante bien. Diría yo que alguien de 60 tiene la salud de mi papá".

Usando una combinación de inglés y español, Naomi le cuenta a su hermano como trató de hacer el platillo como él lo hace, pero no le salieron. Le iba a hablar para preguntarle, dice, pero no lo hizo.

Gloria trata de mandarles comidas preparadas con familiares para que su única hija no tenga que estar cocinando siempre. Pero a Naomi no le molesta.

La música le sirve de compañía mientras lava el baño o tiende la cama de su papá. Lleva su iPhone a donde quiera que va, tarareando a lo que escucha.

Hace todo esto al mismo tiempo que mantiene buenas calificaciones y toma clases avanzadas. La única excepción es una C en arte, la cual Bill quería que arreglara para no bajar su promedio y arriesgar sus posibilidades de ser aceptada en Bowdoin – la universidad que él ha elegido para ella ya que ha podido construir una red de apoyo ahí – aunque apenas cursa su segundo año de prepa.

Bill le sugirió que él podía hablar con su maestro y ofrecer que Naomi visitara un museo y escribiera un informe de 10 páginas para subir su calificación. Ella nunca lo hizo.

Su hermano es su modelo a seguir y usualmente sigue sus consejos.

“Me gusta tener alguien ahí para mí”, dice, aun cuando se pone pesado.

Naomi quiere ir a la universidad y ayudar a la comunidad, tal vez ser maestra o consejera.

Su primera experiencia en el mundo de Bill fue este verano, cuando participó como miembro del jurado en la corte juvenil del Condado de Pima, un programa en el cual su hermano ha estado involucrado desde la primaria.

“Dios mío, fue muy divertido – ¡Ni siquiera estoy mintiendo!”, le platica a Bill cuando pasa por ella el primer día.

Había estado nerviosa, y tenía miedo de estar sobre vestida con su blusa morada y pantalones negros. Pero rápidamente hizo amigas, platicando entre casos con un grupo de jovencitas sobre sus programas de televisión favoritos. El de ella es “Pretty Little Liars”, un programa de misterio para adolescentes. Le encantan las películas de suspenso y de terror.

Después, le cuenta a Bill sobre el caso de un tipo que traía marihuana cuando fue detenido, y el caso de un muchacho que dijo haber aventado una piedra en defensa propia. En otro caso, una chica se metió en problemas por echar perfume en el salón de clases.

“¿Estabas a cargo del jurado?”, le pregunta.

“No”.

“¿Por qué no?”

“Esta chica que estaba junto a mí. Yo iba a ser, pero luego yo pensé, hmm…”.

Deja de hablar y Bill le cuenta como él había sido abogado en la corte juvenil y como tomaba el autobús de su casa en el lado sur de Tucsón hasta el Centro de Tránsito Ronstadt vestido de traje.

Ella quiere hacerlo de nuevo, dice, cuando no esté en Nogales con su mamá.

Naomi no visita tan seguido como su hermanito Bobby, quien pasa los veranos allá, porque tiene que limpiar y cocinar para su papá. Además, no se siente muy cómoda ahí.

“Mucha gente se te queda viendo y te falta al respeto”, platica. “Como, digamos que hay un tipo de 40 años pasando y una niña y él le dice, ‘Wow, estas muy sabrosa’”.

Nunca consideró seriamente vivir en Nogales con su madre, dice, debido a su escuela. Naomi ve a su mamá como una guerrera por sacrificar tanto por ellos, pero su relación no es la misma.

Naomi de la Rosa Con su novio Fidel Delgado, Naomi de la Rosa, al centro, sonríe mientras ve bailer a su amiga en su quinceañera en el Tucson Expo Center. Ella no tuvo una quinceañera en parte porque no quería una, pero también porque su mamá está en Nogales, Sonora, y le hubiera sido difícil organizarla y cubrir los gastos.

Sin mamá en casa, Naomi ha encontrado refugio en su hermano menor y en Lety Rodríguez, una amiga de la familia.

“Lety es tan chistosa – está loca también, pero loca bien”, dice Naomi. “Siempre está con que, ‘No andes sacando las pompis’. Su hija Selena es como mi mejor amiga. Es como otra Bobby, alguien en quien puedo confiar”.

Rodríguez estuvo ahí cuando Naomi salió de primaria. Ha estado ahí cuando Bobby o hasta Gloria le han hablado para decir que Naomi no se sentía bien.

“Imaginarme que mí hija tiene dolor de cabeza, que le duele un dientito,” dice Lety, “y no estar yo ahí para taparla o que se acuesten con su pancita vacía, eso duele”.

Naomi sigue siendo una adolescente que pelea con sus hermanos, pero está consciente que juega varios papeles.

“La vida de estudiante es que siempre me vaya bien en la escuela, que no te afecte el drama”, dice. “Luego, la vida de mamá es como, esto necesita estar limpio, ¿qué tal si hay visita?”

La vida de mamá también es Bobby.

Cuando su mamá se fue a vivir a México, Bobby apenas iba a cumplir cuatro años.

“Todas las noches lloraba hasta quedarme dormida”, dice. Pero luego veía a su hermanito durmiendo junto a ella y se daba cuenta que aún era un bebé.

“Lo abrazaba y yo estaba llorando”, platica. “Pero luego yo me decía, ‘No, no, soy fuerte’ y me limpiaba las lágrimas y me dormía”.

Una noche después de que Gloria se había ido a México, Naomi se despertó para ir al baño y vio una silueta en el pasillo. Era Bobby con sus ojos llenos de lágrimas.

Los hermanos se pusieron en acción. Bill llevó a Bobby a la cama y le leyó cuentos como “La Llorona”, que su mamá les contaba. Jim hizo un show de títeres con cobijas y un oso de peluche. Naomi le calentó un poco de leche de fresa.

Su madre estaba en otro país. La salud de su padre cada vez era peor. Pero se tenían el uno al otro – y eso es algo que no podía dejar que Bobby olvidara.

Durante las noches cuando extrañaban más a su madre, ella abrazaba a su hermanito y le hacia una promesa: “Estoy aquí para tí”.

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“Me siento triste que no puedo ver a mi mamá cuando llego a la casa de la escuela.”

Bobby


Para Bobby, su hermana es su “mejor, mejor, mejor, mejor amiga”.

“Me hace reír cuando estoy triste”, dice Bobby. “Me abraza cuando tengo miedo y me enseña a no tener miedo”.

A sus 10 años de edad, Bobby ha pasado demasiado tiempo triste y asustado en los últimos seis años. Tiempo en el que ha sido despachado entre dos países y dos hogares. Durante los fines de semana, cuando él y Naomi visitan el departamento de su mamá en Nogales, Sonora, Gloria a menudo los encuentra abrazados y agarrados de la mano mientras duermen.

En el 2011, cuando su padre estaba en el hospital a causa de un pulmón colapsado y su madre no podía visitarlo, Naomi trabajó duro para mantener el ánimo de Bobby.

“Me dijo que si voy a llorar que me haga reír, que piense en algo chistoso”, dice. “O ella me hacía reír enseñándome videos o contando chistes”.

Una vez hasta lo llevó a una reunión de padres y maestros.

“Vine a representar al padre”, dijo Naomi, entonces de 11 años, cuando los maestros le preguntaron quién era.

En muchas maneras, Naomi es parte hermana, parte amiga y parte madre para Bobby.

El día que todo cambio, Bobby había acompañado a sus padres a Juárez sin saber que estaba pasando. Recuerda regresar a Tucsón después de visitar a su abuela María en Zacatecas, no sabiendo que su madre se quedaría en México hasta que Bobby tuviera 14 años.

Bobby de la Rosa Bobby y Naomi tienen una relación muy cercana. "Ella es mi mejor, mejor, mejor, mejor amiga," Bobby dice. "Me hace reír cuando estoy triste o me abraza cuando tengo miedo y me enseña a no tener miedo".

Al principio vivió con su padre en Tucsón, pero cuando Arsenio sufrió un derrame cerebral, Gloria decidió que sería mejor que Bobby se fuera a Sonora con ella para empezar la primaria.

Cuando estaba en Nogales extrañaba a su hermana, sus hermanos, su papá. Pero cuando estaba en Tucsón extrañaba a su mamá y a sus amigos.

“Era confuso”, dice.

Después de un año, la familia decidió que necesitaba regresar a Tucsón.

No podía ser egoísta, Bill y Jim le dijeron a su madre – Bobby debía de tener las mismas oportunidades que ellos. Además, siendo un ciudadano estadounidense, ¿de qué le iba a servir una educación mexicana?

Así que lo dejo ir.

La situación está llena de retos. Bobby se siente triste que no ve a su mamá cuando llega de la escuela. Ha tenido problemas en clase. La escuela le ha hablado varias veces a Bill o a Lety Rodríguez, la amiga familiar, para decirles que Bobby va atrasado en su lectura.

Rodríguez piensa que todo es parte de tener una familia dividida.

“Cuando su papá estaba en el baño o en la recamara, yo le preguntaba, ‘Mijo, ¿qué está pasando? Tienes que ponerte listo para que leas por lo menos 20 minutos al día’ y se quedaba callado y veía la foto de su mamá”, comenta Rodríguez.

Un día, su maestra estaba leyendo una historia sobre un huérfano y Bobby empezó a llorar. Su madre estaba lejos en México y su padre, quien estaba en mal estado de salud, podía morir.

Pensó que se quedaría sin padres. Esa idea le sigue asustando.

Poco a poco ha ido entendiendo sobre la inmigración y porque su familia está separada.

Bobby de la Rosa Ahora que Jim ha empezado a ir al colegio, Bobby tiene que ayudar a cuidar a su padre después de clases. "Necesito ayudarle a pararse para que pueda empezar a caminar. Lo que me preocupa es si se cae y se pega en la cabeza o algo así…"

El año escolar pasado, el Congresista Raúl Grijalva visitó la primaria Mission View para platicar con los estudiantes. Cuando hablaba de sus raíces y su apoyo de la comunidad, Bobby levantó la mano.

“¿Cómo ayuda a personas como mi mamá que están separadas de su familia a cruzar la frontera?”, preguntó en voz tan baja que alguien le tuvo que repetirle la pregunta al representante de Arizona.

Unas semanas después, como invitado de Grijalva, Bobby compartió la historia de su familia ante 200 personas, incluyendo congresistas federales, durante un foro sobre inmigración en el Colegio Comunitario Pima.

“Trato de no estar triste sabiendo que tengo que irme sin ella de regreso a los Estados Unidos, donde vivimos sus sueños de una buena educación”, leyó de un discurso que ensayó varias tardes a lado de su consejera, Liz Hoover.

“Las leyes de inmigración han mantenido alejada a mi madre pero no a su espíritu, ni sus palabras ni su esperanza que motiva a sus hijos”, dijo. Naomi grabó el discurso con su teléfono desde su asiento de primera fila mientras lo apoyaba con una sonrisa. Varias personas en el público tenían lágrimas en sus ojos.

Lo que Bobby quería que la gente entendiera, dice, es que “no es justo que los niños sólo estén con un padre y que los niños tengan que ir a la mamá y que la mamá no pueda ir con ellos. Es difícil vivir así”.

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“Causó problemas, serios problemas, pero estoy orgulloso de ella por quererlo hacer de la manera legítima.”

Jim


Por los últimos cuatro años, la vida de Jim ha girado en torno al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.

Desde que estaba en la secundaria había querido estar en el ejército. Le gustaban los uniformes, el estilo de vida. Añoraba ser uno de los pocos que pueden decir que son Marine.

No tener a su madre le dio el empujón final para enlistarse. Tal vez el probar su lealtad a su país ayudaría a traerla a casa, pensó. Por lo menos, su salario ayudaría a su familia.

Fue Jim el que más se vio afectado, comenta su madre, cuando le negaron la residencia.

Gloria platica que mientras empezaba su nueva vida en Nogales, Sonora, Jim, quien entonces tenía 17 años y cursaba su último año de preparatoria, no quería comer. Por un rato, ni siquiera quería salir de su habitación.

El año siguiente, en el 2010, Jim se graduó de Pueblo Magnet. Poco tiempo después entró a los Marines.

Se sumergió dentro de la cultura militar y comenzó una carrera dando mantenimiento a los radios. Se tomó foto tras foto en su uniforme de camuflaje y de fiesta con sus compañeros, quienes se convirtieron en su segunda familia. Las presentaba con orgullo en las redes sociales.

Pero cuando llegó la hora de enlistarse de nuevo este año, Jim sabía que no podía hacerlo, no importaba cuanto lo quisiera. Con Bill en la universidad y la salud de su padre en declive, era su turno de estar a cargo.

“Sabía que tenía que regresar a casa”, dice. “Pero al mismo tiempo pensaba, ‘Esto no es justo,’”.

“Podía haber continuado dos meses más, podría haber sido sargento. Para uno de 22 años llegar a ese rango tan rápido…”. Toma una pausa. “Pero sabía que esto era más importante”.

La transición no ha sido fácil, pero a Jim no le gusta mostrarlo.

Rara vez habla de sus sentimientos o de sus problemas. Si le preguntan, lo más probable es que conteste, “Como sea”.

¿Sobre las nuevas responsabilidades? También tenía muchas responsabilidades en los Marines.

Jim de la Rosa Jim de la Rosa, el hermano mayor, se pone guantes para untarle crema en los pies a su papá. Jim se ha convertido en el cuidador principal de Arsenio desde que regresó de la Marina en febrero. "Sabía que tenía que regresar a casa, era un hecho. Pero al mismo tiempo, me decía a mí mismo, esto no es justo … pero sabía que esto era más importante. La familia es primero".

¿Sobre su carrera militar frustrada? Se matriculó en el Colegio Comunitario de Pima este semestre, así que está avanzando de otra forma.

Aun así, su recámara es un altar a lo que dejó atrás. Las paredes están tapizadas con posters del espacio, de superhéroes – y de Marines. En el centro de todo está una foto en grupo de Jim y sus compañeros en uniforme. Sus medallas clavadas sobre el papel brilloso.

Desde que regresó en febrero, la rutina de Jim ha cambiado. Antes se levantaba a las 6 a.m. para hacer ejercicio con sus compañeros e ir a trabajar. Ahora se levanta por las noches para sacar a Arsenio de la cama y llevarlo al baño.

El médico dijo que Arsenio necesita ejercitar sus piernas para mejorar su movimiento, así es que Jim le ayuda con eso.

Una mañana, cuenta hasta 20 mientras Arsenio dobla su pierna derecha.

“La otra”, dice mientras toma la pierna izquierda de su padre. “Diez más, diez más. ¿Ya estás cansado?”

“No”, dice Arsenio.

“En un rato vamos a hacer más”, Jim dice en voz fuerte. Arsenio ya no escucha muy bien.

Cuando Jim era niño, su papá era su héroe.

Si él y Bill lloraban por la noche cuando eran bebés, Arsenio se levantaba para arrullarlos y cantarles.

Los llevaba a la escuela y a clases de karate – a ninguno de los dos les gustaban, pero seguían en ello para hacer feliz a su papá.

Se había jubilado de trabajar como piloto de fumigación así que los cuidaba mientras Gloria trabajaba.

Jim seguía a su padre, deteniendo la lámpara mientras Arsenio arreglaba un auto.

Arsenio es el tipo de hombre quien, aun después de que sufrió un derrame, caminaba lentamente al edificio del Proyecto Yes y entregaba su donación mensual de 20 dólares al programa gratuito que ayudaba a sus hijos – el único que hacía eso entre cien padres de familia.

Jim de la Rosa Jim de la Rosa, a la izquierda, y Robert Cabigas tratan de acomodar un barril de agua encima de unos ladrillos durante un recorrido con Fronteras Compasivas. "Ahora que está fuera de la Marina, necesita un propósito," Cabigas dice.

Hoy Arsenio sólo ve televisión o dormita en el sillón, de vez en cuando diciéndole a uno de sus hijos que se pongan los zapatos o que prendan la luz para que no se lastimen los ojos.

Jim, quien pasa más tiempo cuidándolo, pasa la mayoría de su día en el teléfono. Ha subido de peso en los siete meses desde que regresó – apenas se reconoce en su fotografía de graduación del campamento de entrenamiento.

Vive la mayor parte de su vida dentro del pequeño hogar familiar – algo que Bob Cabigas, también un veterano y alguien con quien Jim trabajaba en el galgodromo cuando estaba en la prepa, está tratando de cambiar.

Cabigas es parte de Fronteras Compasivas, con quién llena tanques de agua para migrantes cruzando el desierto. Jim decidió unirse al esfuerzo.

“Pienso que está bien”, dice Cabigas. “Sólo tiene que tomar el próximo paso. Se supone que se iba a poner a dieta, ¿Y cuándo? Mañana”.

“Estoy de vacaciones, Bob. Cuatro años de trabajar duro”, Jim le dice. “En un mes voy a regresar a lo normal”.

Entonces empezará a pensar en una carrera dentro de un cuerpo policial, dice.

En el desierto, remplazando tanques de agua viejos y asegurándose que el resto tengan agua limpia, algunos dirían que Jim está ayudando a gente que ha violado la ley. Pero él está en paz con eso.

“Soy patriótico. Amo a este país y amo a los Marines también”, dice. “Pero me imagino a mí mismo sin agua, teniendo que caminar 80 millas.”

Su madre cruzó ese desierto alguna vez, pero Jim no piensa en eso, ni siquiera cuando anda en el desierto el mismo.

Describe a Gloria como una persona compasiva que le echaría la mano a cualquier persona que necesite ayuda. Ella es “como un ser humano perfecto”, dice.

Su relación se ha vuelto no mala, pero distante.

“No platicamos mucho sobre cosas de la vida”, dice. “Simplemente no me gusta hablar de cosas así”.

No es el mismo niño que tocaba el violín y era campeón de ajedrez, comenta Gloria. Cuando trata de abrazarlo, se aleja.

Tampoco la visita seguido. Los fines de semana Jim lleva a los niños y a Arsenio a Nogales, Sonora, y se regresa a Tucsón solo. Necesita un descanso de todo.

Jim elogia a su madre por esperar los 10 años.

“Causó problemas – grandes problemas”, dice. “Pero estoy orgulloso de ella por querer hacerlo de la manera legítima”.

A veces resiente el hecho de que él está en casa mientras que Bill anda en la universidad.

“Tu deberías de quedarte aquí”, le dijo a su hermano. “O cuando termines la escuela deberías conseguir un trabajo aquí”.

Pero se detiene.

“Él está haciendo todas estas cosas importantes e increíbles”, dice Jim. “Así que, ¿por qué debería de venir aquí cuando yo puedo con esto?”

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“Nos imagino a todos viviendo juntos nuevamente.”

Final


Niños en una familia donde hay una deportación, o donde un padre está en el país de manera ilegal, no muestran el mismo desempeño que otros niños, según estudios.

En algunas formas esto ha sido comprobado por la familia de la Rosa. En ocasiones no han tenido suficiente para comer; cuando el Seguro Social de su padre no cubría todos los gastos.

Gloria era el ingreso fuerte de la familia y los casi 400 dólares que ganaba a la semana desaparecieron cuando se mudó a México. Ahora gana aproximadamente 13 dólares al día limpiando la casa de una pareja en Nogales.

Lo que han tenido, y lo que ha hecho la diferencia, es la gran cantidad de apoyo que han recibido de grupos de iglesias, amigos de la familia, maestros y consejeros.

Y, por supuesto, se tienen ellos mismos: Se han acostumbrado a limpiarse las lágrimas el uno al otro, han estado ahí para apoyarse.

Cuando Gloria se mudó a Nogales para estar con Arsenio ella tenía 22 años. Le gustaba la idea de estar con un hombre mayor en quien podía confiar. Nunca pensó que significaría esa diferencia de edad en el futuro.

Debido a que sus hijos tienen tantas responsabilidades cuando están en Tucsón, cuando están con ella, Gloria quiere que puedan ser niños nuevamente.

Naomi a veces se duerme a las 8 p.m. el viernes y no despierta hasta en la mañana. Gloria piensa que es porque está tan cansada y en Nogales por fin se puede relajar.

Gloria les prepara sus platillos favoritos, mole o enchiladas. Compra tortillas de harina para Bill y de maíz para Arsenio. Les lava la ropa, limpia la mesa después de que comen y lava los platos.

Baña a su esposo y lo lleva con su peluquero favorito.

Naomi, quien en Tucsón es un torbellino limpiando la casa, pasa su tiempo peleándose amistosamente con Bobby.

“¡Ma, que me deje en paz!”, se queja de su hermanito.

“¿Así se comportan cuando están allá? ¡Pónganse los zapatos!”, Gloria los regaña.

“¿Qué no tienes tarea que hacer?”, le pregunta a Bobby. “Tienes que tener algo que hacer. Lee un libro”. Cualquier cosa para mantenerlo alejado de su hermana, quien está tratando de hacer tarea de geometría.

Por fin se acuesta en el sillón a lado de su mamá y ella le rasca la cabeza y le hace cosquillitas en el brazo. En cuanto se detiene, le toma la mano y le hace señas de más.

Aunque disfrutan del tiempo con su madre, están acostumbrados a cuidarse solos.

Cuando Bobby necesita un permiso por escrito para tocar el clarinete, acude a Naomi, no con Gloria ni con Arsenio – aun cuando están sentados cerca.

Arsenio firma, pero Bobby nunca le explica para que es.

“Les diré cuando me den el instrumento”, dice en inglés, el idioma que usan más entre los hermanos para comunicarse.

Una vez que regresan a Tucsón, los hermanos retoman sus papeles.

Mientras esperan a la persona que llevará a Bill al aeropuerto y de regreso a la universidad, Arsenio le habla a su hijo menor.

Infographic Los nacimientos de niños hijos de padres que no están en el país con estatus legal incrementaron a partir de 1980 hasta mediados de los 2000, pero han disminuido desde entonces, un reflejo de las tendencias generales en cuanto a los migrantes indocumentados.

“Bobby, la medicina”, dice en una voz temblorosa. “Bobby, la aspirina”.

“¿Cuál aspirina?,” pregunta Bobby.

“Te acuerdas de las pastillas que le diste ayer y se enojó porque no eran”, dice Bill.

“¿Por qué le daría la medicina equivocada?”, pregunta Bobby, molesto.

“Eso hiciste ayer”.

“Porque no sé cual se toma en la mañana y le di de esas y se enojó”, explica Bobby.

Naomi sigue haciendo su tarea, ni siquiera voltea.

“Pa, ya me voy”, dice Bill mientras que abrocha el botón del bolsillo de la camisa de su padre. “Cuídate para poder verte en diciembre”.

“Sí,” contesta Arsenio, su voz débil.

“Hazle caso a Jimmy para que no se desespere, OK?”, le pide Bill a su papá.

“Sí, sí, sí”, responde.

“Ten cuidado cuando camines”, dice Bill antes de besar la cabeza de su padre.

Se acerca a Naomi y le da una palmada en la cabeza. Bobby se pone de pie y abraza a Bill en la cintura.

“Te dejo dormir”, le dice Bill con una sonrisa a Jim cuando abre la puerta de la recamara y sale de la casa con su maletas.

El próximo mes serán seis años que la familia ha estado dividida.

Faltan cuatro más.

Como llegamos a la historia

Esta serie es un esfuerzo conjunto entre el Arizona Daily Star y Arizona Public Media.

En el transcurso de cuatro meses, las reporteras Perla Trevizo del Arizona Daily Star y Fernanda Echavarri de Arizona Public Media pasaron tiempo con todos los miembros de la familia de la Rosa en Tucsón y en Nogales, Sonora. También hablaron con consejeros de la escuela, amigos de la familia y otros quienes han ayudado a los hermanos en los últimos años. Así mismo entrevistaron a expertos quienes han estudiado este tema.

La historia fue creada como parte de una beca del Instituto por Justicia y Periodismo, IJJ, por sus siglas en inglés.

Contacto


Fernanda Echavarri
newsroom@azpm.org

Perla Trevizo
ptrevizo@tucson.com

Mike Christy
mchristy@tucson.com